En 1983 el astrofísico Halton Arp tuvo que abandonar los observatorios
de Monte Wilson y Palomar después de 29 años de investigación porque las
conclusiones a las que llegó demostraban la falsedad de la tesis del big bang,
una de las «vacas sagradas» de la seudociencia moderna. Tuvo que marcharse de
Estados Unidos, continuando con su trabajo en el
Instituto Max Planck de física, en Alemania.
Con toda la fanfarria del caso, a partir de la constatación de la destrucción del sistema social socialista mundial, lo que supuestamente probaría la no validez de la ciencia materialista dialéctica y, no faltaba más, la inoperabilidad en la naturaleza de las leyes generales del desarrollo de la materia, hasta en la sopa nos han metido esta hipótesis como la explicación final del origen del Universo. Todo comenzó, según la misma, del estallido de una pequeñísima porción de materia, la que en una reacción en cadena fue generando formas atómicas más grandes, en movimiento y en expansión constante.
Un átomo inicial, primigenio, coexistente “con
un no sabemos qué” que habría actuado de impulsor inicial de la formación del
Universo. Ni lo cientistas propulsores de un tal descubrimiento, ni las
revistas especializadas ni Discoverer Channel se han molestado explicarnos ¿qué
es ese “no sabemos qué” que habría actuado de detonante de esa explosión
inicial? ¿Estaba sujeto a la acción de las leyes físicas? ¿De dónde vino ese
“primer átomo”? ¿Qué existió antes de él? ¿Surgió por sí mismo o fue creado?
¿Esa gran explosión dio origen al Universo-isla conocido como Vía Láctea, a
todos los universos-islas más allá de la Vía Láctea? ¿También al Universo como
totalidad de universos-islas conocidos hasta ahora y aún a los desconocidos
hasta estos momentos? Y por allí se alargan las interrogantes.
Las preguntas, y también las dudas, al respecto amenazan todo el edificio teórico construido. Lo que si queda fuera de toda discusión es que dicha hipótesis pone al desnudo la incompetencia e inconsecuencia de la Astrofísica burguesa. La que se ha empeñado, desde finales del siglo XX e inicio del XXI, en demostrar la finitud del Universo y la injerarquizacón infinita de las formas de la materia. Con eso abriendo las puertas a la no menos falsa Ciencia Creacionista, al fideísmo y al fundamentalismo clerical cristiano.
En fin, que está hecha a la medida de las
fuerzas sociales más oscurantistas y conservadoras en su lucha contra la
filosofía contemporánea, el Materialismo Dialéctico e Histórico, a la teoría
evolucionista de la naturaleza.
El hecho real es que dicha hipótesis, a pesar
de la propaganda interesada y la masiva difusión, no puede ni ha sido
demostrada.
Que dicha hipótesis es tan válida como
cualquier otra explicación del origen del Universo, como una forma dada y
concreta de la materia. Allí está, por ejemplo, aquella modesta, por cuanto no
se la ha rodeado del bombo de esa de la Gran Explosión, que explicaría el
origen del Universo por el contrario a causa de una “Gran Comprensión”. La que,
al revés de la primera, señalaría que el Universo no está en expansión sino,
todo lo contrario, en proceso de concentración.
Lo que si resulta claro aquí, sea Big Bang o
Gran Comprensión, la burguesía imperialista en intento de recuperar la
iniciativa histórica en el campo de la explicación del problema fundamental de
la filosofía, ha puesto en la mesa de debate una nueva intentona de
invalidación del materialismo y el sobredimensionamiento, apenas veladamente,
del papel de Dios en los asuntos exclusivamente concernientes a la Naturaleza
autoformativa y más descaradamente que antes haciendo recurso a la policía del
“buen pensar científico” y a las leyes represivas totalitaristas..
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